Cuatro meses y medio después. Amanece cerca de Tacuarí, una estación de ferrocarril apenas poblada. Alguien vestido de policía le pide a Ernesto Lladós que lleve a un hombre herido hasta el pueblo. Lladós se ofrece a hacerlo y los sube a la camioneta. A los pocos metros le sale el cruce un Fairlane y le secuestran su camioneta Chevrolet. Son las 7.30 cuando ambos vehículos entran a la localidad de Arroyo Dulce. Se dirigen al Destacamento de Policía. Llevan un winchester, una metralleta y pistolas. El que se hace pasar por herido y el que va vestido de policía entran al destacamento, sorprenden y desarman al Cabo Armando de los Santos y lo llevan hasta el auto. Desde su casa particular, lindante con el destacamento, el oficial Bianchi intenta protegerse y allí comienza la balacera. La gente cree que los asaltantes ya han tomado la comisaría, pues el que va vestido de policía dispara desde la calle, cuerpo a tierra. La confusión se suma a la pólvora. Bianchi hace guarecer a su mujer y sus hijas debajo de una cama, toma la posta de la respuesta. Sabe que lo que sucede es parecido a lo de la otra vez y su forma de quitarse la duda es hacer fuego. Uno de los asaltantes resulta herido. Simultáneamente, una parte del grupo se dirige al Banco Rural, llevándose a De los Santos como prisionero. Entran, piden el dinero, “no como la última vez”, encierran a los empleados y escapan con el botín. En el Ford Fairlane regresan al destacamento, donde levantan al resto de la banda. Arrojan una bomba incendiaria y sueltan una larga ráfaga de metralla. La sala de la comisaría queda cubierta de humo de pólvora; las paredes, mechadas por las balas. Huyen del pueblo con De los Santos como rehén. A unos 12 kilómetros cambian de auto: secuestran un Peugeot color blanco, propiedad de Alberto Duhau. En el interior del Fairlane –robado en Vicente López unos días antes- que dejan abandonado con el parabrisas roto, hay manchas de sangre, mapas, cigarrillos, analgésicos, anteojos oscuros, una máquina de escribir. Más adelante, el Peugeot funde el motor y lo cambian por una Pick-up Ford F100, perteneciente al señor Casquero. En el camino cortan las líneas telefónicas para abortar todo contacto con Salto. Toman el camino de tierra que bordea el Molino Quemado, rumbo a Rojas. Bajan a los rehenes y desaparecen.
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