miércoles, 16 de junio de 2010

"Caso abierto". Por Sergio Pujol

Los enigmas se resuelven, los misterios no. Los enigmas han alimentado las ficciones policiales desde aquel cuento de Poe, y siguen siendo el desafío de todo investigador público o privado. En cambio, los misterios son verdades de acceso denegado. Religiosos o paganos, los misterios valen por lo que no dicen, por aquello que demoran ad infinitum, en una economía de sentido tan estricta como indefinida. Para decirlo en los términos judiciales: los misterios son casos abiertos, pero con un aura especial.

Algunos enigmas de nuestra historia reciente parecen rozar el dominio del misterio; están encubiertos, un poco más allá de las vías fácticas de acceso o sencillamente enterrados por la desidia o por una sensación de miedo heredada del pasado. Eso nos dice, casi a modo de conclusión de esta estupenda investigación, la única persona que podría aclarar, al menos en parte, el caso de Arroyo Dulce. A ella se acerca Hernán, nuestro Capote bonaerense, para terminar escuchando: “No puedo hablar. Sé que todavía me pueden venir a buscar. Los bichos andan sueltos…”

Llevando la figura del autor ausente hasta un grado casi neutral, Hernán nos brinda en este, su primer libro, la crónica razonada de lo que conmovió la tranquilidad de Arroyo Dulce en julio y diciembre de 1971. ¿Qué tenemos aquí? Dos robos, dos escenas de una obra inconclusa. Varias pistas sueltas y una sospecha política. Un elenco de jóvenes en busca de la Historia y unos pocos testigos. También dos novelas –una de Dal Masetto, la otra de Piglia– que parecen haberse inspirado en Arroyo Dulce, aunque cualquier constatación cronológica lo desmentiría. Finalmente, tenemos un libro que narra los hechos y sus personificaciones con virtuosa precisión, para volver a ese punto de la provincia de Buenos Aires rico en materias primas, escaso en población y pródigo en un enigma de $ 10. 500.000, ó un poco menos.

"Palabras previas". Por Antonio Dal Masetto

Un hecho banal y repetido como un robo a un banco -aún sangriento, o de mucha violencia- suele no ser, en general, noticia. No lo suficiente, al menos, para un libro entero. Menos aún en un pequeño pueblo ubicado en medio de la pampa húmeda, un ámbito despojado y a veces abúlico como es la llanura bonaerense.

Claro que, en literatura, como sabemos, todo depende de cómo se lo cuente.

Lo que refleja el trabajo de investigación detrás de “El caso Arroyo Dulce” es, entonces, una forma de contar algo tan sencillo como un robo a un banco, de modo que sea el espejo de la gran confusión propia de nuestro país.

Hechos al borde de lo inverosímil. Personajes presuntamente sin importancia, anónimos y sin destino, que se vuelven representativos para que la historia cobre vida a través de ellos. Hombres de los cuales se ignora de dónde vienen o hacia dónde van; momentos donde todo se revuelve y enreda: la izquierda y la derecha, Montoneros y la Triple A, el peronismo y la delincuencia.

Quién hizo qué cosa; qué cosa está de qué lado. El doble juego, el desconcierto, la falacia; el cambio de bando: hoy acá, mañana allá; la complejidad siempre agazapada detrás de la simpleza.

Nadie sabe dónde está parado; nadie sabe adónde pertenece. La violencia está a la vuelta de la esquina. La pregunta de quién es ese tipo que está ahí, a veinte metros de nosotros, con el que convivimos indirectamente.

En palabras de Julio Cortázar, la patria parece ser un lugar “donde todo se confunde y nada es menos cierto que su contrario”.

Este libro es eso: la enorme confusión que fue y es este país. Convierte algo anónimo, banal y anodino, en acontecimiento. Y muestra cómo un hecho tan común y repetido como un robo a un banco, que no suele ser, en general, noticia, sin embargo, escarbando un poquito, lo es.