Afuera están Gracia y la menor, Dolores.
Entre el cobertizo de chapas y el olor a tierra mojada. No es nada nuevo, como todo lo compuesto por varias magias.
Gracia y la menor, Dolores (faltan Alba, Cándida) alzan las plumas. Una rasca la oreja de la otra. La otra mella sus uñas. Las baña la resolana.
Reparan seguramente en el año en que nacieron. En los ciclos. Las lunas. La lluvia invisible que ven. En el agua anegándolo.
Como si el campo les fuera mar verde y greda, ven venir la yegua en lontananza. El aire se cuece con la humedad. Gracia, Dolores, se asoman por la ventana.
Adentro, las teclas, amagan competir con el repiqueteo en el techo de paja. Una brisa, un susurro de la sudestada.
Arremangados los pantalones y de pronto, todos los animales comienzan a entrar al rancho. Uno a uno pero en manada.
El gato (solo entre tantos) deja la huella en el piso del rancho que rápidamente son borradas por la vertiente. Uno entre tantos de la manada.
Y detrás Gracia y la menor, Dolores, pero no hablan. Lo dicen todo cuanto lo callan; está todo el aura entre sus ojeras y sus párpados. Apenas se oyen el repiqueteo y el trote. Lo saben Gracia, Dolores - y aunque no estén - Alba, Cándida.
Pasan. La máquina para.
Tijeras
Hace 6 años
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