Los enigmas se resuelven, los misterios no. Los enigmas han alimentado las ficciones policiales desde aquel cuento de Poe, y siguen siendo el desafío de todo investigador público o privado. En cambio, los misterios son verdades de acceso denegado. Religiosos o paganos, los misterios valen por lo que no dicen, por aquello que demoran ad infinitum, en una economía de sentido tan estricta como indefinida. Para decirlo en los términos judiciales: los misterios son casos abiertos, pero con un aura especial.
Algunos enigmas de nuestra historia reciente parecen rozar el dominio del misterio; están encubiertos, un poco más allá de las vías fácticas de acceso o sencillamente enterrados por la desidia o por una sensación de miedo heredada del pasado. Eso nos dice, casi a modo de conclusión de esta estupenda investigación, la única persona que podría aclarar, al menos en parte, el caso de Arroyo Dulce. A ella se acerca Hernán, nuestro Capote bonaerense, para terminar escuchando: “No puedo hablar. Sé que todavía me pueden venir a buscar. Los bichos andan sueltos…”
Llevando la figura del autor ausente hasta un grado casi neutral, Hernán nos brinda en este, su primer libro, la crónica razonada de lo que conmovió la tranquilidad de Arroyo Dulce en julio y diciembre de 1971. ¿Qué tenemos aquí? Dos robos, dos escenas de una obra inconclusa. Varias pistas sueltas y una sospecha política. Un elenco de jóvenes en busca de la Historia y unos pocos testigos. También dos novelas –una de Dal Masetto, la otra de Piglia– que parecen haberse inspirado en Arroyo Dulce, aunque cualquier constatación cronológica lo desmentiría. Finalmente, tenemos un libro que narra los hechos y sus personificaciones con virtuosa precisión, para volver a ese punto de la provincia de Buenos Aires rico en materias primas, escaso en población y pródigo en un enigma de $ 10. 500.000, ó un poco menos.
Tijeras
Hace 6 años
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